Hoy me he acordado de Pilar.
Pilar es una abuelita que me encontré hace dos meses en Santander, en ‘la
cantábrica’ como decía ella, la parte norte del Hospital Marqués de
Valdecillas. Pilar tiene sus setentaitantos largos, el pelo blanco plateado,
con suerte roza el metro y medio de altura y un genio inversamente proporcional
a su tamaño.
El día de su ingreso, el Médico
adjunto no estaba, así que nos tocó a la Residente y a mi hablar con ella la
primera vez. Esto no sería digno de mencionar si no fuera porque las enfermeras
ya nos habían advertido de su carácter, de la noche que había dado… Nosotras,
jóvenes e inexpertas, intentábamos disimular el nerviosismo intentando adivinar
qué nos íbamos a encontrar.
Entramos en la habitación y lo
que allí nos encontramos distaba mucho de lo que familiares y enfermeros nos
habían contado. Pilar era una señora amable, alegre y cariñosa. Llevábamos dos
minutos con ella y le pregunté:
-
Pilar, ¿cómo ha pasado usted la noche?
-
Bien hija, pero cómo me han subido aquí hoy, me
desperté de madrugada, no veía nada conocido y me asusté mucho. Ahora le tengo
que pedir perdón a la enfermera, la pobre, le di un susto… (cómo cambia la historia sólo preguntando un
¿cómo estás?, aún sigo buscando en qué apuntes viene esa pregunta)
Pilar tenía un dolor en la
barriga muy fuerte, el cual localizaba y describía con total precisión. Con la
misma precisión de la que hablaba de su hermano que era médico en Suances, que
era conocido por todo el mundo, que todos lo querían. Idéntica exactitud para
hablar de su padre, al parecer, también era médico y ella lo ayudaba porque,
según nos contó, ‘mi padre siempre me decía que tenía muy buen ojo de ese de
médico’ ‘¿Se refiere al ojo clínico, Pilar?’ ‘Sí, sí, ese, ese, el ojo de los
médicos’. También contó que tenía dos hijos, su hija mayor se llamaba Pilar
como ella. Casualmente, cuando hablábamos con su hijo nos dijo que su hermana
mayor, Isabel había fallecido, no había hija Pilar, sino una nieta.
Al día siguiente, volvimos, esta
vez acompañadas del médico adjunto a ver a pilar, al parecer ya estaba mejor.
Volvía de nuevo a localizar el dolor y explicaba perfectamente todos sus
síntomas, no era necesario ni preguntarle nada, ella nos decía por su propia
cuenta todo lo que teníamos que saber. De repente, nos dijo: ‘yo sé
perfectamente dónde me duele, cómo me duele, sé quiénes sois vosotros, quién
soy yo…pero de lo que no sé nada…es de la memoria’.
Tampoco se encuentra en los libros el alivio de Pilar, no se describen
dosis ni posologías ni técnicas para aliviar el dolor de alguien que es
consciente de cómo va perdiendo su consciencia… Medicina humana, a los pies del
enfermo, pues un rato de conversación alivia mucho más el dolor del alma de lo
que cualquier innovador tratamiento pudiera hacer con el dolor del cuerpo.
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