domingo, 29 de enero de 2012

Y por qué no, me acuerdo de Pilar


Hoy me he acordado de Pilar. Pilar es una abuelita que me encontré hace dos meses en Santander, en ‘la cantábrica’ como decía ella, la parte norte del Hospital Marqués de Valdecillas. Pilar tiene sus setentaitantos largos, el pelo blanco plateado, con suerte roza el metro y medio de altura y un genio inversamente proporcional a su tamaño.
El día de su ingreso, el Médico adjunto no estaba, así que nos tocó a la Residente y a mi hablar con ella la primera vez. Esto no sería digno de mencionar si no fuera porque las enfermeras ya nos habían advertido de su carácter, de la noche que había dado… Nosotras, jóvenes e inexpertas, intentábamos disimular el nerviosismo intentando adivinar qué nos íbamos a encontrar.
Entramos en la habitación y lo que allí nos encontramos distaba mucho de lo que familiares y enfermeros nos habían contado. Pilar era una señora amable, alegre y cariñosa. Llevábamos dos minutos con ella y le pregunté:
-       Pilar, ¿cómo ha pasado usted la noche?
-       Bien hija, pero cómo me han subido aquí hoy, me desperté de madrugada, no veía nada conocido y me asusté mucho. Ahora le tengo que pedir perdón a la enfermera, la pobre, le di un susto… (cómo cambia la historia sólo preguntando un ¿cómo estás?, aún sigo buscando en qué apuntes viene esa pregunta)
Pilar tenía un dolor en la barriga muy fuerte, el cual localizaba y describía con total precisión. Con la misma precisión de la que hablaba de su hermano que era médico en Suances, que era conocido por todo el mundo, que todos lo querían. Idéntica exactitud para hablar de su padre, al parecer, también era médico y ella lo ayudaba porque, según nos contó, ‘mi padre siempre me decía que tenía muy buen ojo de ese de médico’ ‘¿Se refiere al ojo clínico, Pilar?’ ‘Sí, sí, ese, ese, el ojo de los médicos’. También contó que tenía dos hijos, su hija mayor se llamaba Pilar como ella. Casualmente, cuando hablábamos con su hijo nos dijo que su hermana mayor, Isabel había fallecido, no había hija Pilar, sino una nieta.
Al día siguiente, volvimos, esta vez acompañadas del médico adjunto a ver a pilar, al parecer ya estaba mejor. Volvía de nuevo a localizar el dolor y explicaba perfectamente todos sus síntomas, no era necesario ni preguntarle nada, ella nos decía por su propia cuenta todo lo que teníamos que saber. De repente, nos dijo: ‘yo sé perfectamente dónde me duele, cómo me duele, sé quiénes sois vosotros, quién soy yo…pero de lo que no sé nada…es de la memoria’.
Tampoco se encuentra en los libros el alivio de Pilar, no se describen dosis ni posologías ni técnicas para aliviar el dolor de alguien que es consciente de cómo va perdiendo su consciencia… Medicina humana, a los pies del enfermo, pues un rato de conversación alivia mucho más el dolor del alma de lo que cualquier innovador tratamiento pudiera hacer con el dolor del cuerpo.

martes, 24 de enero de 2012

¿Cuánto vale un beso?


Entre las sombras de horas que solo frecuenta Morfeo, buscaba entre sus bolsillos unas cuantas monedas. Todas de color cobrizo, no sumaban ni un euro… ¿Cuánto vale un beso? La pregunta le golpeaba en la cabeza una y otra vez, como el sonido de las agujas de ese reloj de pared que parece siempre estar adelantado, como el chasquido de las hojas al caer de un calendario que no para de correr… Que paren el mundo, que él se baja… Quizás por eso mismo está así, por haberse bajado de aquel tren de lujo que era su vida, por inconformista, por no saber ver todo lo que tenía…
¿Qué tenía? ¿Era feliz? ¿Cuánto vale un beso?
Intenta olvidar, bebe, la última botella que aun tiene algo de líquido dentro, ¿olvida? Parece que aún lo siente, un olor, una caricia, un abrazo... bebe…y la pregunta regresa aun con más fuerza… ¿Cuánto vale un beso?
Cuando por fin lo vence el sueño… sonríe… cree verlo todo claro, un beso vale lo que vale una sonrisa, lo que vale un sueño, lo que vale su ilusión, lo que vale su felicidad más allá de su jaula de cristal.